Palinurus elephas
La langosta de mar es un crustáceo y, como tal, disfruta y sufre un ajustado exoesqueleto que la defiende de los ataques, remarca su figura y oprime su tendencia natural a los saltos y cabriolas.
Lo primero que llama la atención de las langostas es su falta de cuello. Lo segundo, que son muy serias. No se sabe si ambas cosas tienen relación, pero en la mayoría de las especies ocurre: cuanto menos cuello menos bromas.
De enigmáticos ojos negros, la langosta escruta los turbios fondos marinos, usando sus antenas, amenazando con sus pinzas (a veces haciendo únicamente ruidos rítmicos de castañuela). Puede llegar a vivir 50 años y se aburre bastante. En la adolescencia sale de excursión a ver campos de coral. Luego ya no, como mucho a una cafetería a tomar un chocolate con churros el domingo.
Lo que diferencia a la langosta de otros animales es que ha nacido para morir. Y lo sabe. En esa visión trágica de la existencia se imagina muchas muertes indignas. Ninguna más vergonzante que dejarse extinguir por la edad. En el fondo, la langosta aspira a ser devorada por un homínido, el más alto grado de evolución del paladar (piensan). Por eso, cuando son arrojadas al agua hirviendo, en el momento de la cocción, la langosta se agita de satisfacción, sabe que va a morir pero no le importa. Una lagrimilla se escapa del caparazón y se mezcla con la sal disuelta en el agua (lejano recuerdo de la infancia y el mar).
Le gusta:
- La ropa interior color carne
- Los ritmos caribeños (sobre todo la salsa)
- Ser chupada (patas, cabeza y lo que se tercie)
No le gusta:
- Planchar
- Los infundios sobre el ácido úrico
- Que sólo la quieran por su cuerpo
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta, valora, añade o haz ruido con un silbato